Sobre el entrenamiento de Aikido, la armonía y la transformación.

Por Ivan Melo (31.03.2024)

El arte que hemos elegido aprender es o tiene el potencial de ser una práctica con múltiples capas y dimensiones, con la capacidad de promover cambios humanos profundos.

Las personas vienen al Aikido por diferentes motivos al principio, yo tenía los míos también, pero lo que he visto a lo largo de los años es que generalmente el Aikido no es lo que imaginaban que sería. Yo era muy joven cuando empecé, así que fue más fácil para mí abandonar lo que esperaba y empezar a buscar los significados más profundos dentro de él. Muy pocos vienen sin expectativas, y muchos vienen a usar el arte solo para reafirmar su propio ego e ideología, perdiendo de vista la inmensidad que existe dentro de esta práctica.

Cuando el Aikido llegó a Occidente en los años 1960, se encontró con el movimiento hippie, con estrellas de pop que miraban hacia el Oriente para encontrar respuestas a sus búsquedas espirituales. Metieron al Aikido dentro del movimiento “New Age”, fue llamado “zen en movimiento” y sigue siéndolo a menudo, y los primeros libros mal traducidos de los escritos de Morihei Ueshiba (el fundador del Aikido) comenzaron a surgir, mistificando la noción energía y equiparando el Aikido con “el amor”. Al hacer esto, siglos de rica cultura asiática en religión, filosofía y guerra fueron simplificados excesivamente.

Uno de los malentendidos más comunes en el Aikido es el concepto de armonía. La palabra armonía a menudo alude a la idea de ausencia de conflicto entre las partes. Sin embargo, al mirar más de cerca, uno debe darse cuenta de que la verdadera armonía no puede alcanzarse sin conflicto, de lo contrario, no habría nada con lo que “armonizarse”. Incluso en la música, “armonía” es el estudio y la práctica de combinar sonidos divergentes simultáneamente.

El propio Japón, en sus orígenes, era llamado “Yamato”, o “la Gran Armonía”. Entonces debemos preguntarnos, ¿qué debe significar la armonía para las personas que viven a merced de las fuerzas más poderosas de la naturaleza?

Dentro del budismo zen, del cual somos practicantes, hay una gran metáfora que considero adecuada para el entrenamiento de Aikido: cuando las personas vienen al monasterio para entrenar, llegan como piedras, con todos los bordes ásperos. La vida monástica las coloca en un saco y las sacude hasta que todas se vuelven lisas y redondeadas por el choque y la fricción entre sí. Las piedras no tienen sentimientos, pero para los humanos, tal proceso puede ser detonante.

A menudo decimos que las personas no pueden esconderse en el tatami: todos vestimos el mismo uniforme, todos ejecutamos y recibimos las técnicas, todos ofrecemos nuestros cuerpos unos a otros para practicar. Sin embargo, somos conciencia encarnada y nuestros cuerpos almacenan nuestros miedos, ansiedades y traumas. Mientras prestamos nuestros cuerpos para ser lanzados, torcidos, inmovilizados y hacemos lo mismo con nuestros compañeros, muchas emociones pueden y van a surgir.

La práctica física que ocurre en clase se convierte en un espejo en el que podemos vernos, permitiéndonos reconocer y reconciliar las fuerzas que están dentro de nosotros. Pero a menos que el practicante vea y reconozca sus patrones emocionales, físicos y mentales y decida liberarse de ellos, el poder que tiene el Aikido de ser una práctica transformadora se ve reducido en gran medida, si es que no se ha extinguido por completo.

Cuando aún estaba en Brasil, un guardia penitenciario se unió al dojo porque quería sentirse preparado para defenderse en las horribles condiciones de trabajo que enfrentaba. No era viejo, pero parecía mucho más viejo de lo que era, y aún recuerdo la sensación de entrenar con él, porque su cuerpo parecía hecho de hierro. Sus músculos estaban acortados, tensos, sus ojos siempre estaban muy abiertos y los movimientos fuertes podían desencadenar todo tipo de respuestas de miedo.

En el transcurso de unos años, vi a ese hombre transformarse por dentro y por fuera, volviéndose más relajado, más seguro, flexible y pareciendo más joven. Nunca se volvió muy hábil en lo técnico, pero recuerdo el día en que dijo: “Ya no vengo a entrenar Aikido para autodefensa, sino porque me hace bien, estoy más feliz y relajado, incluso en el trabajo”.

Hay muchas historias así. Dicho todo esto, los efectos terapéuticos que el Aikido puede tener no lo convierten en una terapia. Si se necesita sanar problemas psicológicos y emocionales graves, entonces se debe buscar a un profesional del área.

En su base, el Aikido sigue siendo un vigoroso arte marcial fundado en siglos de cultura guerrera. Para entender más sobre sus orígenes y la linaje de nuestro dojo, por favor, les invitamos a leer el siguiente artículo.